Fue bautizado con el nombre de Francisco Antonio.
Abandona España a representar a su hermano en los negocios que tenía en Burdeos.
Abandona Berlanga por miedo a la Inquisición de Llerena, así lo afirman Menéndez Pelayo y Caro Baroja. En 1.725, en el auto de la Inquisición de Llerena se cita a la familia Rodríguez; su patriarca era Juan Bautista Rodríguez, escribano de Hornachos, “su apodo era Samuel”.
Emigró entre 1.732 y 1.734.
Su madre fue condenada por el Santo Oficio de Braganza y en 1.741 emigró a Burdeos.
Además de ser el fundador de la escuela de sordomudos de París fue un gran hombre de talento en el campo de las finanzas.
Examinó proyectos de finanzas encargados por el ministro Bertin y por Laverdy.
Su nieto M. E. Pereira sería el que pusiera en marcha el primer ferrocarril francés.
En 1.765 presentó un proyecto de seguros marítimos en la Cámara de comercio de Burdeos.
En 1.780 pide al comisario de policía M. Lenoir que le solucione el problema de los enterramientos judíos en París. Éste da una ordenanza concediendo que los judíos portugueses sean inhumados “únicamente sin ruido, escándalo, ni aparato, a la manera acostumbrada”.
Pasemos a hablar de su labor con los sordomudos. Tuvo una hermana sordomuda y fue su primer instructor en esta villa.
En 1741 ya había fundado, en la casa que su padre tenía en Burdeos, la 1ª escuela gratuita para sordomudos. Ya en 1749 declaró que en España tomó el alfabeto y que lo había aumentado. El método se llamó Dactylogie.
En la Rochelle le presentan a un niño judío sordomudo.
En 1.749 fue a la academia de Ciencias de París.
En 1.749 fue a la academia de Ciencias de París.
En 1.750 fue presentado a Luis XV. José II, el emperador, recibe dos veces a Pereira. También el rey Gustavo III de Suecia.
Destacaremos algunos aspectos de su vida familiar.
Se casó por el rito judío (keotuba) en 1.766. Tuvo cuatro hijos. No fue un hombre dotado de buena salud.
Muere el 15 de septiembre de 1.780. Le habían precedido sus hijos Abraham y Samuel. La nación judía en París tomará esta resolución:
“ Nosotros, la Nación, reunida en la sala de dicha Nación… A fin de testimoniar nuestro agradecimiento a la memoria del difunto señor Jacobo Rodríguez Pereira, nuestro agente en París, por el celo que él siempre ha empleado y los servicios que él ha rendido a la nación. Se ha convenido que durante 11 meses, le será dicha una Escaba en la Hebra, todos los sábados y días de fiesta, y será ofrecida en cada ocasión, una libra de aceite para el reposo de su alma.
En Berlanga tiene dedicada una calle y el colegio lleva su nombre.
De familia humilde, su padre era molinero, ayudó a un recaudador que más tarde se convertiría en protector de la familia.
Estudió la carrera de leyes y la eclesiástica. Fue obispo de Osma y de Ceuta.
Durante la invasión de España por las tropas de Napoleón salvó a Berlanga de lo que pudo ser una masacre. Los berlangueños expulsaron del pueblo y destrozaron la casa del alcalde afrancesado. Un destacamento francés hizo acto de presencia en breve por el “Cerro Pelao”. Sólo le podía hacer frente un destacamento anglo español mucho menor en número, por lo que se batió en retirada.
Restos de la escaramuza quedaron, monedas y anillos de ingleses que fueron malvendidos a un inglés que dirigía las minas del pueblo a fines del siglo.
Nuestro Obispo, que se encontraba en aquellos momentos en el pueblo, por hallarse cerrada la cátedra que ostentaba en el Sacromonte de Granada, fue el que medió para que no se produjera lo que era obvio.
Estuvo desterrado en Fuente del Arco, en la ermita de la Virgen del Ara.
Murió en el año 1846, como obispo de Ceuta y allí se encuentra su tumba.
Sepulcro y pieza circular fundida en bronce con su escudo heráldico, situada en la cabecera de la lauda sepulcral de D. Juan J. Sánchez Barragán y Vera, obispo de Ceuta entre 1830 y 1846. Está ubicada detrás del altar mayor de la Santa Iglesia Catedral.
NOTAS BIOGRÁFICAS DE NUESTRO INSIGNE PAISANO:
FRANCISCO RUBIO LLORENTE
Por Santiago Llorente
En este aciago y bisiesto año de 2016 nos dejó, en enero, el que posiblemente sea uno de los hijos más ilustres en la historia de nuestro pueblo. Hombre sencillo y discreto que siempre huyó de honores y vanidades, mantuvo con su tierra natal un vínculo permanente y siempre hizo gala de extremeño. De ahí sus frecuentes, aunque breves, visitas a Berlanga cuando sus múltiples obligaciones se lo permitían. En todas las ocasiones, por su deseo de pasar desapercibido, rechazaba acompañamiento de escoltas y medidas de seguridad inherentes a su cargo. Esa discreción puede ser la causa de que su figura, su vida y su obra, sean desconocidas por muchos berlangueños y la pretensión de esta reseña biográfica sea dar a conocer algunos aspectos de su dimensión humana e intelectual.
De la primera pueden dar fe cuantos le conocieron, amigos de la infancia con los que mantuvo estrechos lazos a lo largo de toda su vida y de los que siempre habló con afecto, caso de su entrañable Ceferino con el que aparece en esa fotografía juvenil. También pueden dar testimonio de su compromiso con sus paisanos cuantos a él acudieron en solicitud de apoyo o ayuda, bien personal o en beneficio del pueblo de Berlanga.
En cuanto a su dilatada e intensa vida profesional e intelectual se inicia con la finalización de sus estudios de Derecho en las Universidades de Sevilla y Complutense de Madrid. Año de 1953.
Joven atlético, docto y jovial, con un notable sentido del humor, (así lo definió Herrero de Miñón, en el homenaje ofrecido en su memoria en la sede del Consejo de Estado), se especializa en la Alta Administración y es miembro por oposición del Cuerpo Técnico de la Administración Civil del Estado desde 1957. Colaboraría con el entonces ministro Villar Palasí en la reforma educativa del conocido como Libro Blanco.
Tuvo tres ilustres maestros: García de Enterría, García Pelayo y Javier Conde. Sigue sus orientaciones: estudio de Historia de las Ideas y aprender alemán. El primero de ellos calificaría, más tarde, la nota introductoria de Francisco Rubio en la versión española del Derecho Político de Stein, como la inauguración en nuestro país del estudio del derecho político. Realiza estudios posdoctorales en las universidades de París y Colonia y obtiene las diplomaturas del Instituto de Estudios Políticos y la de Sociología y Psicología Social. Invitado por el profesor García Pelayo, marcha a la Universidad Central de Venezuela como profesor de Historia de las Ideas entre los años de 1959 y 1967. Es considerado como uno de los padres de la Constitución Venezolana por su decisiva contribución en la elaboración de la misma.
En su regreso a España, se presenta a unas controvertidas oposiciones de Agregaduría de Derecho Constitucional, ya que la plaza estaba adjudicada previamente y Rubio Llorente estaba vetado por Sánchez Agesta, el factótum jurídico del Régimen. En ellas venció y convenció. Posteriormente, esta Agregaduría sería convertida en cátedra que ejerció hasta su jubilación en el 2000. Ese mismo año, 1973, oposita brillantemente al cuerpo de Letrado de las Cortes.
Como profesor, imparte clases en las universidades de Aix en Provence y Pau (Francia), Siena (Italia) y Friburgo (Suiza). Dicta cursos en el Instituto Universitario Europeo de Florencia (Italia) y en la Universidad de Harvard (EEUU).
En los comienzos de la Transición, ocupa la Secretaría General de las Cortes durante toda la Legislatura Constituyente. Como asesor y artífice es considerado el octavo padre de nuestra Constitución (los otros siete serían los representantes de los diferentes grupos políticos).
Nombrado director del Centro de Estudios Constitucionales, publica estudios descriptivos de las constituciones alemana e italiana y participa en las primeras leyes que desarrollan la Constitución.
Desde 1980 a 1989 fue Magistrado del Tribunal Constitucional, año en que pasaría a la Vicepresidencia del mismo. Durante este período es ponente de 160 sentencias y formula 47 votos particulares.
Destacable e importante es su contribución a la doctrina jurisdiccional como atestiguan sus escritos, recogidos en su obra magna: “La Forma del Poder”.
Numerosos son sus artículos en los más importantes medios de comunicación nacionales. Desde estos rotativos marcó la senda de la Transición y contribuye a la educación ideológica del país.
Traduce obras claves de diversos autores ingleses, franceses y alemanes. Por citar algunas: “Las Ideas y la Práctica Política en Roma”, obra de sir Frank Ezra Adcok, profesor de la universidad de Cambridge, “Pensamiento Político Contemporáneo” (E. G. Meehan), “Escritos de Juventud”, de Karl Marx, así como sus “Manuscritos”; “El Político y el Científico”, del filósofo, politólogo historiador y científico alemán Max Weber; “El Problema Ético del Poder”, de Gerhard Ritter, historiador y político.
Desde 1994 a 2004 es Director del Instituto Universitario Ortega y Gasset
Su carrera culmina como presidente, del 2004 al 2012, del Consejo de Estado, supremo órgano asesor de la nación.
Si a lo largo de su dilatada carrera careció de un poder fáctico fue, consejero jurídico y político de ministros y procuradores, tanto de las Cortes Orgánicas como de las Democráticas.
Su labor podría resumirse en palabras del romanista Álvaro D’Ors: “Pide dictamen el que puede, pero lo da el que sabe”.
El reconocimiento a sus méritos se refleja en la concesión de galardones y títulos: Doctor Honoris causa de las Universidades de Valladolid y Oviedo,
Catedrático honorífico de la Universidad de Madrid y Gran Cruz De la Orden del Mérito Civil, Gran Cruz de la Orden del Mérito Constitucional, Gran Cruz de la Orden de Isabel la Católica, Gran Cruz de la Orden de Alfonso X el Sabio , Gran Cruz de la Orden de San Raimundo de Peñafort , Medalla de la Junta de Extremadura y Medalla al Mérito de la Guardia Civil.
Lúcido observador de la vida pública, no ocultaba en sus últimos meses la gran decepción que sentía ante la evolución de los acontecimientos en España. Su amplitud de miras, su espíritu tolerante, salvo con la locuaz estupidez humana que nunca soportó, y su pensamiento profundo que siempre buscaba aportar soluciones que permitieran seguir avanzando en nuestro sistema democrático, originaban el desánimo ante las posturas intransigentes y la incapacidad de acuerdo para resolver con pragmatismo los problemas actuales.
Asimismo, en las variadas tertulias que dirigía con mano maestra y palabras certeras, a veces ácidas y con la dosis justa de mala leche para que fuesen irónicas y nunca amargas, según testimonio de los ilustres participantes, planteó como temas de debate alguno de los problemas que más le preocupaban: la corrupción generalizada, el fenómeno migratorio actual y la posibilidad de armonizar la dualidad globalización/democracia en el mundo de hoy.
El cariño de su familia, la especial ilusión de sus nietos y el reconocimiento de sus numerosos y fieles amigos aliviaron el pesar de sus días póstumos. Con el traslado de sus cenizas, el 28 de abril, a la sepultura familiar del cementerio de Berlanga se ponía fin al ciclo vital de nuestro paisano, considerado en los medios competentes como el gran jurista de nuestra democracia.
Día de presentación de su retrato en el Consejo de Estado;
EL CONQUISTADOR BERLANGUEÑO
En 1997 visitaban Berlanga los descendientes mexicanos de este gran desconocido: Antón de Arriaga. Llegaron a nuestro pueblo con la intención de conocer, de forma directa, el lejano lugar del que su ilustre antepasado, Antón de Arriaga, había partido en los albores del siglo XVI. Obsesionado, como tantos otros grandes hombres de la época, Hernán Cortés o Francisco Pizarro, por conquistar gloria y riquezas en el Nuevo Mundo, Arriaga abandonó su pequeño pueblo extremeño para vivir aventuras sin cuento.TERESA GALLARDO
Cinco siglos más tarde, concretamente en 1997, sus descendientes le dejaban al entonces Alcalde de Berlanga, José Vera Madrid, un pequeño pero impagable presente: el “Perfil Biográfico de Don Antón de Arriaga” escrito por Agustín Arriaga Rivera, uno de sus descendientes mexicanos, así como la encomienda de darle a este insigne personaje un merecido reconocimiento en su lugar de origen.
Y la respuesta del Ayuntamiento no se hizo esperar, materializándose, a finales de los ´90, en la concesión al conquistador de una calle que hoy lleva su nombre. En la placa, como puede verse en la foto de reza así: “Antón de Arriaga. Poblador de México (1488-1537). La calle Antón de Arriaga se encuentra, -para los que aún no la sitúan en nuestro callejero-, detrás del Centro Residencial y junto a la Piscina Municipal.
Cuenta Arriaga Rivera en este valioso perfil biográfico que posiblemente “los antecesores de Antón de Arriaga arranquen del país vasco-navarro”-tales apellidos no predicen otra cosa- y que “arriaga” en Euskadi significa “lugar de piedra o pedregal”.
Sin embargo, Rivera afirma con total seguridad que nuestro conquistador nació “en el año de 1488 en Berlanga, provincia de Extremadura (dice él), poblado que hasta 1505 no adquiere categoría de villa, pues antes fue sólo transitorio asiento de las familias de los soldados vasco-navarros que, por su valor y bravura, fueron preferidos por los reyes españoles para participar en el histórico sitio de Granada”.
Y continúa: “Berlanga está situada muy cerca de Medellín, cuna de Hernán Cortés y ambas poblaciones próximas al Monasterio de Guadalupe ya famoso desde el siglo VIII, todo este extremeño origen muy ligado a las andaluzas Granada y Sevilla que con lo que estas significaron en la época y en la conformación de España, seguramente mucho tuvieron que ver con los primeros pasos dados por los conquistadores que de esas áreas llegaron a México”.
Antón de Arriaga marcha pues a la conquista americana y lo hace junto a su tío Diego y su hermano Juan de Arriaga. Dice que se les encuentra primero en La Española, “donde hay constancia que ya en 1504 tenían tierras y servidumbre, así como de su participación en 1511, junto a Diego de Velázquez en la conquista de la Isla de Cuba”.
Años después el berlangueño regresa a España donde, en 1519, obtiene un preciado documento de manos del mismísimo Rey Carlo I que se conserva en el Archivo General de Indias. Parte del mismo dice así “Adelantado Diego Velázquez a Antonio de Arriaga, llevador de ésta, es persona que soy informado nos ha servido en esas partes el cual va a esa isla a vivir y permanecer en ella: por ende Yo vos Mando y encargo que en lo que se le ofreciere le ayudéis y aprovechéis de manera que él sea aprovechado conforme a su persona, y en lo demás que le tocare le hayáis recomendado, que en ello seré servido” y aparece la fórmula sacramental “Yo el Rey”.
Antón de Arriaga llegó a partir de 1523 a la actual Michoacán, (uno de los treinta y un estados que junto con la ciudad de México conforman las treinta y dos entidades federativas del país) y quedó fascinado por aquellas tierras. Catorce años después se tiene constancia de su muerte, en 1537, antes de la cincuentena.
Fue aquella una expedición de paz al mando de Cristóbal de Olid, “compuesta por 174 españoles, 28 hombres de a caballo, entre estos uno es Don Antón de Arriaga”.
Cuenta nuestro cronista que en aquella histórica expedición el propio Hernán Cortés, como mandaba la tradición, envió obsequios al jefe de aquellas tierras: nada más y nada menos que cerdos extremeños, los primeros que llegaron al país y que, al principio, por su gran tamaño inspiraban atentico temor a los indígenas.
Cortés, según Rivera, fue generoso con Arriaga “en el reparto de encomiendas que el primero hace allá por 1524”, otorgándole solares y huertas, una de ellas del propio Moctezuma.
Y la vida de nuestro conquistador local continúa en tierras mexicanas, donde los líderes indígenas, aún en el poder, le conceden a él y a su amigo López de Ávila “poder comprar a los indios las tierras necesarias para poner el primer molino de harinas”, siendo ambos los pioneros de esa industria en el Nuevo Mundo. También acaba siendo propietario de unas tierras de gran valor simbólico para los extremeños: las tierras del Tepeyac “que adquieren nombradía en 1531 con motivo de la aparición allí de la Virgen de Guadalupe”.
En 1530 a Arriaga se le sitúa ya en la ciudad de Nueva Granada, “población que con otros españoles funda en Michoacán”.
Pero ¿qué clase de hombre era Antón de Arriaga? De él dice Rivera, a través de las palabras del historiador Luis González “…muere joven aquel conquistador –Capitán y Maestre de Campo-, político –Gobernador y Procurador- y empresario –Molinero, Minero e Inmobiliario-, oriundo de Berlanga, pero deja una estirpe muy apegada a la provincia mayor de Michoacán”. Otros historiadores hablan de él como “persona rica y adinerada, que dejó mujer e hijos en aquella ciudad”, que con la desaparición del conquistador caen en desgracia.
Y la pista del conquistador se pierde… Sólo en el Archivo de Indias, como cuenta el descendiente-cronista, las hijas del berlangueño aparecen en diferentes documentos en los que “se dirigen lastimeramente al Rey de España haciéndole notar su condición y la injusticia de tal trato, toda vez que su padre había luchado, como otros en igual situación, por lograr esas tierras para España”. Se dice que tuvo tres hijas, Ana, Catalina y María y algún hijo varón, Antón y Francisco de Arriaga, pero tampoco se sabe con exactitud.
Rivera, autor de esta pequeña biografía habla, no con poca razón, de “la injusta política de los reyes españoles, cuan diferente a la seguida por otros monarcas, los de Inglaterra por ejemplo, que otorgaron tierras, premios y títulos a quienes les servían”. Y recuerda el caso del propio Hernán Cortés “cuando al pedir audiencia al Rey, éste preguntó ¿Quién era ese que la solicitaba? Cortés contestó con altiva dignidad: “…soy un vasallo de vuestra majestad que más tierras y riquezas os ha dado que las heredadas por Vos de vuestros antepasados…”
Dice Rivera en su libro que “muerto Don Antón, sus hijos varones son sacrificados o desaparecen; las mujeres nacidas de su matrimonio con Doña Ana Quintera quedan huérfanas, desamparadas, pero irán casándose y defenderán bravamente su herencia”.
¿Y qué hay de su hermano Juan de Arriaga? Juan deja constancia en varios documentos de que “nace en Berlanga y que es hijo de Diego de Arriaga y de María de Lícano…” Y Rivera dice de él que participa en la conquista de Guacalco, de Guatemala y Tututepec y que casa con Guiomar de Hinojosa. Muere en 1564”.
Lo que sí se deja bien claro en esta biografía es el mestizaje entre los descendientes directos de Antón de Arriaga y las familias aztecas más poderosas, como los Moctezuma y que, a lo largo de “casi quinientos años, se integraron perfectamente a estas tierras. Algunos sobresalieron en el servicio público, en las ciencias, como dignatarios religiosos, en la agricultura, en la música, en la minería, como líderes sociales”.
Para más datos, apuntar que algunos de los jóvenes descendientes del conquistador berlangueño han destacado en la función pública mexicana, como Manuel Rodríguez Arriaga, dos veces subsecretario de Estado y Embajador de México en la República Popular de China y Noruega.
Dejamos aquí los rastros de Arriaga y sus descendientes para que los historiadores interesados en el tema, con mucho más rigor, y todo aquel que quiera coger el testigo, rastree por su cuenta las huellas de nuestro ilustre antepasado. Extremadura, bien es sabido, fue cuna de grandes hombres, capaces de colonizar territorios inhóspitos y desconocidos para su propia gloria y riqueza y para la de la corona española de aquellos tiempos. Arriaga fue uno de ellos, y con estas líneas le rendimos un merecido homenaje por haber llevado a tan lejanas tierras el nombre de Berlanga. Imposible, también, sin embargo, dejar de escuchar al mismo tiempo en nuestra cabeza, -como una voz en off-, el famoso estribillo del gran cantautor extremeño, Pablo Guerrero:
“Extremadura, soledad llena de encinas sobre campos con veredas, ¿por qué se fueron los hombres de sus tierras?
Extremadura, tierra de conquistadores que apenas te dieron nada. Ay, mi Extremadura
amarga Ay, mi Extremadura
levántate y anda”.